Representaciones del valor de las diferentes lenguas para las ciencias

Roberto Bein

Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Lingüística, Argentina
roberto.bein@gmail.com

Trabajo recibido el 10 de marzo de 2025 y aceptado el 6 de abril de 2025.

Resumen

Sobre la base de la práctica de la traducción y la lingüística contrastiva, primeramente expongo uno de los hechos que pueden contribuir a la valoración diferencial de las lenguas para su uso en las ciencias: su conformación lingüística. Es decir que, ciertamente sin negarlas, no apelo, en principio, a cuestiones como el imperialismo lingüístico ni a la denuncia de los mecanismos de indexación en manos casi exclusivas de Clarivate Analytics ni al factor H que se usa para medir el impacto de las publicaciones, sino que empleo elementos de la lingüística aplicada. Para ello parto del análisis de problemas de la traducción como en casos de polisemia, de equivalencia cero (Kutz 1982) y de variación en terminología (Kuguel 2010), así como de ejemplos de contrastación de lenguas a partir de la corriente iniciada por Lado en 1957, en especial en lo relativo a los verbos con partículas y la existencia o inexistencia de otros fenómenos (diferencia aoristo-pretérito imperfecto; compuestos por parataxis o con preposiciones; distinción ser-estar, etc.). Luego, en cambio, complemento esta perspectiva con una visión glotopolítica: empleo el concepto de representaciones sociolingüísticas (entre otros, Boyer 1991, Narvaja de Arnoux y del Valle 2010) y la postulación de las lenguas como fetiche (Bein 2005), para mostrar que estos rasgos particulares de las lenguas y las técnicas de traducción concomitantes alimentan o menoscaban su valor de cambio (Bochmann-Seiler 2010) en circunstancias socioeconómicas concretas.

Palabras clave: lenguas de las ciencias, valoración diferencial, motivaciones lingüísticas, representaciones de las lenguas, valor de cambio.

Representations of the value of different languages for the sciences

Abstract

On the basis of the practice of translation and contrastive linguistics, I first of all expose one of the mechanisms that can contribute to the differential valuation of languages for their use in the sciences: their linguistic conformation. That is to say that, certainly without denying them, I do not appeal, in principle, to issues such as linguistic imperialism, nor to the denunciation of indexing mechanisms in the almost exclusive hands of Clarivate Analytics, nor to the H factor for measuring the impact of publications, but I use elements of applied linguistics. To this end I justify this mechanism with the analysis of translation problems such as polysemy, zero equivalence (Kutz 1982) and variation in terminology (Kuguel 2010), examples of language contrasts from the current initiated by Lado in 1957, especially with regard to verbs with particles and the existence or non-existence of other phenomena (aorist-preterite imperfect difference; compounds by parataxis or with prepositions; ser-estar distinction, etc.). I then complement this perspective with a glottopolitical view: I use the concept of sociolinguistic representations (among others, Boyer 1991, Narvaja de Arnoux and del Valle 2010) and the postulation of languages as fetish (Bein 2005), to show that these particular features of languages and the concomitant translation techniques feed or undermine their exchange value (Bochmann-Seiler 2010) in concrete socio-economic circumstances.

Keywords: languages of the sciences, differential valuation, linguistic motivations, language representations, exchange value.

Representações do valor das diferentes linguagens para a ciência

Resumo

Com base na prática da tradução e a linguística contrastiva, exponho, em primeiro lugar, um dos factos que podem contribuir para a valorização diferencial das línguas para o seu uso nas ciências: a sua conformação linguística. Isto quer dizer que, certamente sem os negar, não apelo, em princípio, a questões como o imperialismo linguístico, nem à denúncia dos mecanismos de indexação nas mãos quase exclusivas da Clarivate Analytics, nem ao fator H utilizado para medir o impacto das publicações, mas utilizo elementos da linguística aplicada. Para o efeito, parto da análise de problemas de tradução como nos casos de polissemia, de equivalência zero (Kutz 1982) e de variação terminológica (Kuguel 2010), bem como de exemplos de contrastes linguísticos da corrente iniciada por Lado em 1957, sobretudo no que diz respeito a verbos com partículas e à existência ou não de outros fenómenos (diferença aoristo-pretérito imperfeito; compostos por parataxe ou com preposições; distinção ser-estar, etc.). Em seguida, complemento esta perspectiva com uma visão glotopolítica: utilizo o conceito de representações sociolinguísticas (entre outros, Boyer 1991, Narvaja de Arnoux e del Valle 2010) e a minha postulação das línguas como fetiche (Bein 2005), para mostrar que estas caraterísticas particulares das línguas e as técnicas de tradução concomitantes alimentam ou minam o seu valor de troca (Bochmann-Seiler 2010) em circunstâncias socioeconómicas concretas.

Palavras-chave: linguagens das ciências, avaliação diferencial, motivações linguísticas, representações das línguas, valor de troca.

0. Introducción: encuadre teórico

Entre los factores que determinan el actual panorama tan desigual en el uso de las diferentes lenguas en las ciencias, solemos apelar a conceptos como el imperialismo lingüístico (Phillipson 1992, 38-77) y la denuncia de los mecanismos de indexación de las producciones escritas, que están en manos casi exclusivas de la empresa privada estadounidense Clarivate Analytics y se basan en el empleo de la bibliometría a través de, entre otros, el factor H (Hirsch 2005) para medir el impacto de las publicaciones. Sin desestimarlos, dedicaré, sin embargo, la primera parte de este artículo a exponer algunos rasgos estructurales de las lenguas más usadas en las ciencias que pueden reforzar la creencia de que hay lenguas más aptas que otras para las ciencias en general o para determinadas ciencias y que podemos atribuir esa mayor aptitud al menos en parte a esos rasgos. Si eso es así, quienes dominen esas lenguas estarán mejor equipados para la investigación. En la segunda parte analizaré, en cambio, las representaciones sociolingüísticas que tales características lingüísticas, a la par de otras representaciones acerca del prestigio de las lenguas dominantes, pueden sustentar. Partiré, por tanto, de dos encuadres teóricos diferentes: en la primera parte me apoyaré en la lingüística aplicada: trataré características de las lenguas que se manifiestan en la práctica de la traducción, así como otras que resultan del estudio de similitudes y diferencias estructurales entre lenguas, es decir, en la lingüística contrastiva, con la que se obtienen resultados útiles para la enseñanza de lenguas, la lexicografía y también la traducción. En la segunda parte, el encuadre será la glotopolítica, particularmente en su estudio de las ideas sobre el lenguaje más que en las medidas concretas.

1. Lingüística aplicada

1.1. La práctica de la traducción

Toda persona que se haya dedicado a la traducción sabe que la monosemia es muy poco frecuente tanto en la lengua fuente como en la lengua meta y que, además de las connotaciones, incluso los diferentes significados denotativos de cada palabra van variando en las distintas épocas y variedades. Como traductor de alemán en la época previa a los diccionarios electrónicos, al Trados y a la inteligencia artificial comprobé que, por completo que sea un diccionario bilingüe, al aplicarlo a textos concretos aparecen huecos, correspondencias inexistentes. Así me sucedía incluso con el impresionante Diccionario de las lenguas española y alemana en dos tomos Slabý-Grossman, que tuvo numerosas ediciones a partir de 1937, contiene 165.000 entradas y locuciones en el tomo Alemán-Español y que, según lo asegura en el prólogo, abarca todos los ámbitos del lenguaje, desde el habla coloquial hasta la terminología especializada, con numerosos ejemplos y colocaciones. Continúo usándolo en su quinta edición, aunque esta tenga ya más de veinte años, porque a veces ofrece más y mejores soluciones que, por ahora, los diccionarios e ingenios de traducción que se basan en inteligencia artificial, como DeepL. Esta riqueza léxica bilingüe del diccionario de Slabý-Grossman no evita, sin embargo, que sea conveniente traducir muchos pasajes textuales con palabras o sintagmas distintos de los que propone este diccionario. El ejemplar que continúo usando está lleno de anotaciones que he ido agregando en los márgenes para no tener que repensar esas palabras en otras traducciones, pero soy consciente de que mis soluciones pueden no ser compartidas por otros traductores. El análisis del discurso nos enseña, además, que las palabras adquieren su sentido cabal no aisladas, sino en su contexto discursivo, sea este un sintagma, una oración, una página, un libro o toda la literatura de época, lo cual se complica en las traducciones, que deben insertarse en tradiciones contextuales diferentes, incluso en las ciencias. Además, toda traducción es tensionada por la clase de equivalencia a la que se aspire: a la de contenido, la de estilo, la de efecto, la de contemporaneidad con el lenguaje de la época del texto fuente o con la de la traducción y a la de función del texto en la cultura meta,1 lo cual puede conducir a reformular oraciones, párrafos e incluso partes enteras de textos.

Pero las ciencias, que necesitan desterrar ambigüedades al máximo, crean una terminología lo más monosémica posible, en la que cada término designe un concepto y sólo uno. Por eso, las traducciones de textos científicos tienen que intentar hallar un equivalente igualmente monosémico y, por supuesto, priorizan la equivalencia de contenido. Como sabemos, para crear sus términos, las ciencias apelan al griego clásico y al latín, a lenguas modernas —sobre todo, al inglés (como input)— o incluso a palabras del lenguaje cotidiano que se adoptan con un significado fijo según la especialidad (como fuerza en la física); no pocas nacen, además, como metáforas (como átomo, que en griego significa “que no se puede cortar, indivisible”), y hay siglas que devienen términos (como láser, sigla de light amplification by stimulated emission of radiation). Cuanto más formalizada esté una ciencia y cuanto más alejado esté el texto a traducir del lenguaje de divulgación, tanto más monosémico y menos metafórico será2, y la tarea del traductor o del creador de una terminología bilingüe consistirá en encontrar el equivalente de los términos técnicos en la lengua meta. Esa tarea suele no ser tan simple, pues además de que los tipos textuales científicos no son iguales en todas las lenguas, hay casos en los que el término correspondiente todavía no fue creado en la lengua meta. Así como los iluministas creían en una razón universal y que, por tanto, cualquier lengua era apta para cualquier razonamiento, actualmente la mayoría de los lingüistas creemos que se puede expresar cualquier pensamiento en cualquier lengua, pero no necesariamente en la misma época, porque las praxis sociales de las que dependen difieren. Como nos previene Pierre Bourdieu (1977, 19) al asegurar que todas las lenguas compiten por el poder en el mercado lingüístico, existe una dependencia entre las leyes de la dominación y las leyes de formación de los precios (o de los valores relativos) lingüísticos. Y dado que a las investigaciones científicas las hegemonizan ciertas lenguas —en verdad, las hegemonizan los sistemas científicos que emplean ciertas lenguas—, aparecerán primeramente en ellas los conceptos nuevos. En consecuencia, las otras lenguas, las que todavía carecen de equivalentes, parecerán menos aptas para las ciencias, con lo cual, en una suerte de círculo vicioso, se realimentará la práctica de priorizar las lenguas dominantes. También en el lenguaje general hay casos en que no se encuentra el equivalente en la otra lenguas; son los casos llamados de equivalencia cero, que se producen porque no existe el fenómeno en la cultura meta (busquemos “empanada” en inglés) o porque el mundo se divide léxicamente de otra manera (las “ramblas” existen en distintos países, pero suelen carecer de designación especial fuera de las expresiones que nombran calles o avenidas) o porque, aunque la expresión exista, no se la usa en las mismas ocasiones, lo cual se comprueba en especial en las fórmulas de tratamiento. Esta característica de las lenguas generales afecta también a los lenguajes científicos, puesto que, como lo señala María Teresa Cabré, los lenguajes especializados consisten en la lengua general con terminología, la cual varía según la especialidad (Cabré 1998, 90).

También puede ocurrir que se carezca del instrumento lingüístico —del diccionario adecuado o de un glosario bilingüe de la especialidad— para llegar al término: esa situación puede requerir pasar por una lengua intermediaria o incluso averiguar qué conviene colocar en la lengua meta a partir de la descripción de la referencia del término3. Otro problema es que en realidad hay variación también en la terminología, como lo demostró entre nosotros Inés Kuguel (2006) con el lenguaje de la ecología: por ejemplo, la llamada lluvia ácida no tiene los mismos componentes en España que en la Argentina, hecho que constituye una complicación adicional a la hora de traducir términos para reflejar la misma realidad. Además, se debe acceder a vocabularios muy específicos para el sector disciplinario del que se trate, porque hay numerosos términos homónimos que en distintas ciencias significan cosas distintas o parten de ideologías diferentes, lo cual afecta a la idea de una traducción transparente para la cual todas las lenguas serían igual de aptas. En alemán, por ejemplo, el impuesto al valor agregado (IVA) se denomina “impuesto a la plusvalía”, pero esa expresión no remite al concepto marxista.

1.2. Lingüística contrastiva

Asociada a menudo a la lingüística aplicada, la lingüística contrastiva se ocupa sobre todo de estudiar diferencias y similitudes entre lenguas. Se puede basar en las tipologías de lenguas, como la clásica de Wilhelm von Humboldt (1827-29) o las actuales, como las de Bernard Comrie (1989). Pero a diferencia de la lingüística comparada, que se había desarrollado en el siglo XIX para investigar el “parentesco” entre lenguas, la lingüística contrastiva, cuyo inicio se suele situar en 1957 con el libro Linguistics across Cultures, de Robert Lado, se propuso estudiar sobre todo las diferencias entre lenguas con fines prácticos. Como rezaba el subtítulo del libro de Lado, su propósito era ser Applied Linguistics for Language Teachers (lingüística aplicada para profesores de lenguas). Entre otros ítems, se proponía evitar errores4 causados por interferencias, es decir, el traslado de fonética, morfología y sintaxis de la lengua primera a la segunda o extranjera. Así, como en francés se dice géographie, ethnographie, monographie, etcétera, los aprendices hablantes de castellano u otras lenguas en que el lexema -grafía es productivo, inducen que la forma francesa de “ortografía” es orthographie, pero en realidad es orthographe. Las interferencias también ocurren en el léxico; son los llamados “falsos amigos”, como oficina, que en portugués significa “taller”. Los traslados de estructuras que conducen a formulaciones adecuadas —más difíciles de detectar— se llaman “transferencias”. Luego, dado que las interferencias no podían explicar todos los errores de los aprendices, en los años setenta se desarrolló el llamado análisis de errores, iniciado por Stephen Pit Corder en 1967; el método no partía de la comparación de las lenguas, sino de las producciones reales en lengua meta, y estudiaba los mecanismos psicolingüísticos y las fuentes de los errores, que incluían, además de las interferencias, entre otras, las generalizaciones apresuradas en la lengua extranjera sin relación con la lengua primera; por ejemplo, en la regularización de verbos irregulares, que impide llegar, por ejemplo, del infinitivo asir al presente asgo. La lingüística contrastiva también se aplicó a la práctica de la traducción y a la lexicografía.

A continuación escogeré algunos de los rasgos de lenguas germánicas, sobre todo del alemán y el inglés, que los traductores de lenguas romances destacan como llamativos por sus diferencias respecto de su lengua meta (por lo común, su lengua primera) y que parecen permitir concluir acerca de la riqueza y exactitud expresiva de las lenguas germánicas. No estoy afirmando que esos rasgos demuestren que las lenguas germánicas posean siempre mayor precisión semántica, puesto que se contraponen a otros fenómenos en los que las lenguas románicas ofrecen más formas diferentes, de manera que si acaso existiera una posibilidad de “comparación de riqueza” haría falta un conocimiento muy vasto del conjunto de estructuras lingüísticas de esas lenguas. Pero en la atribución de valor a las lenguas muchas veces importan más las creencias que esa mirada abarcadora que pocos de sus usuarios y traductores poseen.

Uno de esos rasgos son las combinaciones de verbo + preverbio (preposición o adverbio) en lenguas germánicas, las cuales distinguen en inglés, por ejemplo, entre cut across, cut at, cut away, cut back, cut down, cut in, cut on, cut off, cut out, cut to, cut up; para la mayoría de esos verbos el castellano usa sólo “cortar” o “recortar”. En alemán existe el mismo fenómeno: según el preverbio que añada al verbo schneiden, cortar, puedo indicar que corto la primera rebanada de un pan, es decir, lo abro (anschneiden), o que lo parto por la mitad (durchschneiden), o que corto una parte (abschneiden), o que corto mal una tela (verschneiden), o que la parto en pedazos cortándola (zerschneiden), etc. El fenómeno se complejiza en alemán con la distinción entre preverbios acentuados, que en su uso finito se separan, y los inseparables, sin acentuar. Por ejemplo, entre las combinaciones del verbo fahren, viajar, encontramos umfahren, el cual, acentuado en la primera sílaba, significa “tumbar” (por chocar contra algo): Ich fahre den Baum um, choco el árbol (por ejemplo, con un auto) y lo tumbo, mientras que acentuado en la raíz significa “esquivar” y no se separa: Ich umfahre den Baum, manejo rodeando el árbol, lo esquivo (por ejemplo, yendo en bicicleta o en auto).

Otro fenómeno son las palabras compuestas, que presentan una problemática que no incluye sólo cuestiones sencillas, como la diferencia entre a glass of wine y a wineglass (en alemán: ein Glas Wein y ein Weinglas), expresiones para las cuales en castellano en ambos casos diríamos “una copa de vino” y contextualmente sabríamos cuándo estamos refiriéndonos al contenido y cuándo al continente; por eso, normalmente tampoco diríamos “una copa para vino”. Debemos seguir aquí a Coseriu (1970) en su artículo acerca de los alcances y límites de la gramática contrastiva: no preguntarnos qué significa en la L2 lo que en la L1 se dice A (pregunta semasiológica) ni cómo se llama en la L2 lo que en la L1 se llama A (pregunta onomasiológica), sino pragmáticamente qué se dice en L2 en una situación comparable en la que en la L1 se dice A. En el lenguaje cotidiano, el contexto de enunciación suele resolver esas diferencias. Pero en el caso de los términos técnicos, la posibilidad de formar compuestos en lugar de tener que extenderse en sintagmas más largos parece indicar igualmente la mayor aptitud para la ciencia de aquellas lenguas que permiten expresiones más breves. Por ejemplo: en alemán, la posibilidad de formar palabras compuestas, sólo limitada por su inteligibilidad o por el resuello del hablante, nos conduce a expresiones como Selbstbehauptungswille, compuesta de Selbstbehauptung, que ya es un compuesto y significa “autoafirmación”, y Wille, que significa “voluntad”. Podríamos traducirlo por “voluntad de autoafirmación”, pero los diccionarios electrónicos escamotean la “voluntad”. En cuanto a términos extraídos del Diccionario técnico alemán/español y español/alemán de H. Mink (1975) y comparándolos con las traducciones al inglés de DeepL, encontramos las siguientes expresiones, que parecen indicar una ventaja del alemán y el inglés sobre el español, al menos en lo que a concisión se refiere:

Geländefahrzeug = vehículo para todo terreno = off-road vehicle.

Oszillographenkamera = cámara para adaptar al oscilógrafo = oszillographic camera.

Schalttafel = cuadro de distribución; cuadro distribuidor; cuadro de maniobra = control panel.

En economía ocurre lo mismo. En Terminología económica español-alemán y alemán-español de Haensch/López Casero (1982), comparados con el inglés de DeepL encontramos lo siguiente:

Arbeitskräftepotential = las reservas de capital humano (o de mano de obra) = labour potential.

Schaufensterdekorateur = decorador de escaparates = window dresser.

En la “competencia” entre el alemán y el inglés, este último ofrece la simplicidad de su morfología, la cual parece ser otro aliciente para escogerlo como lengua de la ciencia. Pensemos tan sólo en las formas verbales inglesas, muchas de las cuales son iguales para todas las personas, o en la ausencia de marcación de género, número y caso de los artículos y adjetivos, mientras que en alemán los adjetivos se declinan con morfemas que difieren en sus cuatro casos y, en singular, en sus tres géneros, con formas diferentes según anteceda, entre otros, un artículo determinado o uno indeterminado, de manera que estudiar el adjetivo alemán requiere aprender 32 desinencias distintas.

Al mismo tiempo que encontramos estas, digamos, ventajas del inglés, sabemos que este, igual que otras lenguas, no tiene la distinción entre ser y estar, de manera que la diferencia entre lo permanente y lo transitorio se debe expresar con otros recursos, igual que los múltiples sentidos del pronombre you. Como otras lenguas germánicas, el inglés tampoco tiene formas distintas para expresar una acción puntual terminada en el pasado, el aoristo o pasado simple, y el pretérito imperfecto, que expresa duración, lo cual refrenda la observación hecha por Milroy y Milroy (1985), de que todas las lenguas y todos los dialectos presentan “huecos” en el sistema cuando se los compara con otros.

2. Enfoque glotopolítico

Hemos tratado hasta ahora algunas características estructurales de ciertas lenguas como se muestran en la práctica de la traducción y en la lingüística contrastiva, que pueden generar creencias respecto de su valor como lenguas de las ciencias. Recordémoslas brevemente: en la traducción de escritos científicos, una parte de las dificultades reside en la falta de términos técnicos que en varios dominios el inglés, sobre todo, ya posee, dado que es la lengua en que más se está desarrollando la ciencia desde hace muchas décadas. Con la lingüística contrastiva hemos sumado fenómenos como la precisión que permiten el inglés y el alemán mediante los verbos con preverbios, la posibilidad de crear compuestos simplemente por yuxtaposición y la sencillez morfológica que parece volver fácilmente aprendible el inglés. No obstante, frente a esas “ventajas” hay contraargumentos lingüísticos para algunos fenómenos. Por ejemplo, hay quienes señalan que los sintagmas con preposiciones de las lenguas romances permiten indicar con mayor precisión la relación entre los componentes que su simple yuxtaposición. Bien sabemos que hay variedades del castellano que no emplean el pronombre “vosotros” ni su forma verbal correspondiente, pero que no practican el leísmo. Por eso, Milroy y Milroy (1985) afirman que los argumentos que sostienen que una lengua o un dialecto sean lingüísticamente superiores a otros son, por lo común, muy difíciles de respaldar.

Además, apenas revisemos los motivos que gobiernan la elección de las lenguas para las ciencias, trátese de políticas lingüísticas decididas por el Estado, de exigencias de instituciones y publicaciones científicas o incluso de decisiones personales, las características estructurales no parecen ser, por lo común, las determinantes. A esto se agrega que hasta ahora hemos expuesto estas características como perennes y como si las lenguas existieran al margen de sus usuarios (como las contempla el estructuralismo tradicional), y, por ende, fuera de su funcionamiento dentro de realidades socioeconómicas y políticas concretas.

Por eso proponemos ahora un enfoque glotopolítico, que tenga en cuenta la evolución sociohistórica que ha generado las creencias sobre la potencia desigual de las lenguas para las ciencias. Dentro de este enfoque abandonaremos el empleo del término “creencias” porque habitualmente no expresa un vínculo tan claro entre la valoración de las lenguas y la dinámica socioeconómica; es ideológicamente más neutro —Spolsky (2007, 3) incluso dice explícitamente que prefiere “creencias” (beliefs) a “ideologías”— y emplearemos, en cambio, el concepto de representaciones sociolingüísticas, como lo han ido delineando Boyer (1991, 39-44) y Narvaja de Arnoux y del Valle (2010, 3-24); estos últimos también las designan representaciones ideológicas del lenguaje. Las representaciones sociolingüísticas las consideramos mediadores discursivos entre la praxis lingüística y la valoración social de esa praxis. Por ejemplo, la representación “las lenguas indígenas están siendo abandonadas” refleja una valoración que puede llevar a desestimar la Educación Intercultural Bilingüe.

Para explicar la génesis de las representaciones relativas a la aptitud de las lenguas para las ciencias tendremos en cuenta dos aspectos: las realidades objetivas de su funcionamiento actual y los discursos sobre esas lenguas que generan o reafirman representaciones.

Al tratar las realidades objetivas que sustentan las representaciones, debemos tener en cuenta que 1) la lengua hipercentral —en el presente, el inglés— y las supercentrales —unas diez, las más habladas en el mundo—, según la clasificación de de Swaan (2001), tienen un peso tan determinante en las ciencias, multiplicado hoy día por las redes electrónicas, que su conocimiento es la condición para acceder a escritos científicos o publicarlos; 2) los procesos sociohistóricos han llevado a que también en las ciencias las lenguas dominantes sean las de los países y las clases dominantes; Pascale Casanova (2021, 18) incluso destaca que mientras que las traducciones se suelen considerar una versión menos valiosa que los originales, no ocurre lo mismo cuando se las realiza a la lengua dominante de la época; 3) el hecho de que estas lenguas sean las más usadas en las ciencias determina que, como lo hemos señalado más arriba, sean las que más han desarrollado el lenguaje científico nuevo con su correspondiente terminología.

Respecto de los discursos que generan o reafirman representaciones, como sucede siempre en la génesis de las ideas acerca de los más variados aspectos del mundo, las que giran en torno a las lenguas no brotan espontáneamente a partir de esas realidades objetivas —ni de las diferencias estructurales entre las lenguas—, si bien hay una correspondencia entre lenguaje y hegemonía política y social. Además de políticas lingüísticas estatales e institucionales sobre el uso y la enseñanza de lenguas, circulan socialmente discursos que ponen en marcha representaciones acerca del valor y la utilidad de determinadas lenguas. Desde hace siglos encontramos propagandas de lenguas también en las ciencias. Recordemos la propaganda que hizo Antonio de Nebrija a favor del castellano como vehículo de la historiografía (de la narración de las hazañas de Isabel de Castilla) en el prólogo de su Gramática castellana (1492). Son abundantes los discursos que realzan el estudio del inglés y de unas pocas lenguas más para desenvolverse en el mundo académico.

Teniendo en cuenta ambos aspectos (realidades objetivas y discursos) en la génesis de las representaciones, debemos destacar la relación dialéctica entre praxis lingüística y los aspectos valorativos de las lenguas que implican las representaciones. Así, en nuestro país, un gobierno tomará decisiones político-lingüísticas condicionado por sus representaciones sociolingüísticas para fijar, por ejemplo, qué lenguas enseñar en el sistema escolar, si inglés o portugués o si incluir, según la zona, lenguas aborígenes; esas representaciones dependerán, a su vez, de factores ideológicos extralingüísticos, como la voluntad de incorporación acrítica de la ciencia dominante o un desarrollo científico autónomo decolonial. Se puede comprobar asimismo que la cooficialización y la inclusión de una lengua en la currícula escolar de una lengua suele incrementar la valoración social de esa lengua. Las prácticas institucionales ejercen una fuerte presión en ese sentido: si en las ciencias exactas se recomienda escribir los artículos directamente en inglés, esa lengua adquirirá una valoración superior más allá de las atribuciones de valor individuales. De manera similar actúan disposiciones como las de que tengamos que encabezar nuestros artículos en diversos idiomas con un resumen y palabras clave en inglés; a menudo se exige el dominio del inglés para obtener becas, y en ocasiones se pide como lengua de las cartas de recomendación hasta en países no angloparlantes.

Por tanto, estas representaciones también son generadas y reforzadas por prácticas institucionales. Entre los científicos latinoamericanos se ha denunciado frecuentemente que estas representaciones también se ven fortalecidas porque muchas indexaciones y valoraciones de artículos académicos se basan en criterios biométricos, más allá de su valor científico y su pertinencia para la comunidad de origen, y, como lo señalábamos más arriba, están en manos casi exclusivas de la empresa privada estadounidense Clarivate Analytics con sus Essential Science Indicators, que contemplan sobre todo publicaciones en inglés. Una de las consecuencias de esas valoraciones es, además, que condicionan el flujo de dinero para investigaciones.

Pero todo ello no vuelve fútil el análisis de las características lingüísticas que hemos tratado en la primera parte, puesto que son también representaciones sociolingüísticas valorar ciertas lenguas como precisas, formalmente ricas o fácilmente aprendibles y tienen, como toda representación, consecuencias prácticas. Junto con las otras representaciones que hemos enunciado (la valorización de determinadas lenguas porque pensamos que como son las de naciones económicamente dominantes permiten acceder al sistema científico mundial y, por tanto, resulta prestigioso saberlas) llevan a naturalizar el valor de esas lenguas, refrendado a menudo por su anclaje institucional en el sentido de que se exige su dominio en diversos ámbitos. Según José del Valle (y otros autores), estos conjuntos de representaciones se pueden concebir como ideologías lingüísticas:

[…] aunque pertenecen al ámbito de las ideas y se pueden concebir como marcos cognitivos que ligan coherentemente el lenguaje con un orden extralingüístico, naturalizándolo y normalizándolo, también hay que señalar que se producen y reproducen en el ámbito material de las prácticas lingüísticas y metalingüísticas, de entre las cuales presentan para nosotros interés especial las que exhiben un alto grado de institucionalización (del Valle 2007, 20).

El interés de concebir esos conjuntos como ideologías reside, pues, en que nos permite integrar los dos enfoques de este artículo: así como son ideológicos los motivos que llevan a disposiciones institucionales sobre qué lenguas usar en las ciencias, también lo son las valoraciones de la mayor o menor practicidad de las características estructurales para usarse en los discursos científicos.

3. Conclusión

Determinar cuáles representaciones sociolingüísticas, del conjunto que aquí hemos comentado, son las más fuertes a la hora de valorar el uso de determinadas lenguas en las ciencias y de, por tanto, emprender esfuerzos individuales e institucionales para aprenderlas requeriría una investigación ulterior. Lo seguro es que, tal como lo han analizado Bochmann y Seiler (2000), tales representaciones incrementan el valor de cambio de las lenguas, aunque su valor de uso intracomunitario sea más reducido. Por ahora, en cambio, es difícil imaginar cómo repercutirán sobre las representaciones de la utilidad y el prestigio del aprendizaje de las lenguas dominantes los desarrollos informáticos con inteligencia artificial que ya comienzan a permitir ejercer las destrezas activas y pasivas desde y hacia la lengua propia casi en tiempo real, lo cual podría volver menos necesario el estudio de esas lenguas.

En definitiva, en las ciencias parecen ser más importantes que sus características lingüísticas las representaciones de los beneficios materiales e intelectuales que puede proporcionar el dominio de determinadas lenguas. Sin embargo, ciertas características estructurales también pesan en la representación de la utilidad, pues así lo demuestran las propagandas de lenguas. Al menos desde que en 1784 Antoine de Rivarol fundamentó en su Discurso sobre la universalidad de la lengua francesa que el francés es superior a las demás lenguas por su claridad y su lógica con su orden sujeto-verbo-objeto, muchos discursos propagandísticos se basan en cualidades lingüísticas positivas.

Por último: la voluntad del dominio de determinadas lenguas para la ciencia parece exceder las representaciones de su imprescindibilidad. Por eso postulamos hay una fetichización de esas lenguas tal como Karl Marx (1976, 82) considera el fetiche de la mercancía: la realidad de los intercambios hace pensar que 20 codos de lino equivalen a 10 libras de té porque ambos cuestan 2 onzas de oro y que, por tanto, este valor es algo objetivo contenido en las mercancías, cuando en realidad se trata de una igualdad en cierto momento histórico que depende de la maquinaria, de las relaciones sociales de producción, del rendimiento de la tierra, etcétera. De manera análoga se puede pensar que la utilidad de la lengua para la ciencia es un hecho objetivo porque en cierto momento histórico es condición necesaria pero no suficiente para desenvolverse en el mundo científico, sin que se perciba que se trata de una situación histórica determinada igualmente por variables socioeconómicas, políticas y culturales. ¿Y qué es lo contenido en una lengua que la hace parecer más valorable que otras? Deben de ser, al menos en parte, sus características lingüísticas.

Bibliografía

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» Marx, Karl. 1976 [1867]. El Capital. Traducido por Manuel Sacristán. Barcelona: Editorial Crítica.

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» Weller, Patricia. 2017. La metáfora en la divulgación informática en inglés. Análisis cognitivo, lingüístico y funcional. Bahía Blanca: EdiUNS.

Diccionarios

» Haensch, Günther y Francisco López Casero. 1982. Wirtschaftssprache Spanisch-Deutsch. Terminología económica español-alemán. 3ª ed. Múnich: Max Hueber Verlag.

» Mink, Hermann. 1975. Technisches Fachwörterbuch Deutsch-Spanisch (vol. 1). Diccionario técnico español-alemán (vol. 2). Barcelona: Editorial Herder.

» Sláby, Rudolf Jan y Rudolf Grossmann. 2001. Diccionario de las lenguas española y alemana en dos tomos. 5ª ed. Barcelona: Ed. Herder.


1 Excede este artículo la consideración de quienes, como Benjamin (1923, vi-xvii), desestiman la equivalencia como base de la traducción y las consecuencias lingüísticas que ello acarrea.

2 Patricia Weller (2017) demostró que el lenguaje de divulgación en las revistas dedicadas a computadoras usan con frecuencia comparaciones con el cuerpo humano, pero que lo que destacan no es la capacidad creciente de los recursos informáticos para resolver problemas, sino todo lo contrario: el envejecimiento, las enfermedades, los virus, la pérdida de potencia.

3 Tuve que recurrir a un libro de historia medieval para encontrar que la palabra alemana Ganerbschaft equivalía a “retracto entre coherederos”, una institución medieval en la que la herencia se dividía en partes iguales, a diferencia de la tradición según la cual el primogénito heredaba la propiedad y tenía la obligación de hacerse cargo de las hermanas que hubieran quedado solteras o viudas, aunque estas últimas solieran mudarse a un convento.

4 El análisis de las diferentes concepciones de error (como equivocación de aprendices, de traductores o de hablantes habituales de una lengua; como fenómeno inevitable e incluso positivo en el aprendizaje de una nueva lengua; como apartamientos de la lengua habitual realizados por quienes la tienen como primera lengua y que pueden iniciar un cambio, etc.) excede este artículo.